
Justicia para Victor: Cuando la negligencia policial cobra una vida
La muerte de Victor Perez no fue un accidente. Fue una tragedia evitable, una cadena de errores que terminó con el asesinato de un joven de 17 años con autismo y parálisis cerebral a manos de la policía de Pocatello. Y sí, hay responsables con nombre y cargo.
Lo que ocurrió el 5 de abril en el patio de la casa de su abuelo no fue una amenaza para la comunidad. Fue una crisis familiar. Un joven no verbal, desorientado y con movilidad limitada sostenía un cuchillo mientras su familia trataba de calmarlo. La policía llegó, observó y disparó. Nueve balas. Nueve. Ni un intento de taser. Ni una sola palabra en español. Cero compasión.
El jefe de policía, Roger Schei, debe renunciar de inmediato. Bajo su liderazgo, cuatro oficiales consideraron apropiado vaciar sus cargadores contra un menor con discapacidad visible. Esa decisión no se toma en el vacío: refleja una cultura policial que no entiende ni tolera la neurodivergencia ni la diversidad cultural. Schei tuvo la oportunidad de reconocer el error. En cambio, eligió justificar el uso de fuerza letal y minimizar la indignación pública. Su permanencia en el cargo es una afrenta a la comunidad.
El alcalde Brian Blad tampoco está exento de responsabilidad. Su tibio comunicado, sus promesas de transparencia “a su debido tiempo” y su falta de liderazgo real en este momento crítico demuestran una desconexión absoluta con el dolor de sus ciudadanos. Como mínimo, debería ser suspendido sin goce de sueldo durante una semana mientras se evalúa su manejo del caso.
Y los oficiales que dispararon —todos— deben ser procesados penalmente. Hay cuerpos de policía en todo el país que saben usar pistolas eléctricas, redes o estrategias de desescalamiento. Aquí, eligieron abrir fuego. ¿Lo habrían hecho si Victor fuera un adolescente anglosajón de clase media? Lo dudo. El racismo institucional, aunque disfrazado de “protocolos”, mata. Y esta vez mató a un joven latino, vulnerable, con dificultades para comunicarse y entender.
Pero más allá del castigo, esta tragedia expone fallas profundas en nuestro sistema: falta de servicios para menores neurodivergentes, nulo entrenamiento en crisis mentales para policías, y un desprecio sistemático hacia quienes no hablan inglés o no se comportan “como se espera”. Urge crear protocolos de intervención en salud mental adaptados a comunidades diversas. Urge capacitar a las fuerzas del orden en humanidad, empatía y lenguaje. Urge un cambio cultural.
Victor no necesitaba un escuadrón armado. Necesitaba ayuda. Necesitaba comprensión. Necesitaba vivir.
Hoy exigimos justicia. Pero también exigimos reformas. Porque la vida de Victor —y de tantos otros invisibilizados— merece algo mejor que balas. Merece un país que lo entienda, lo proteja y lo respete.
Arte: Kike Duran
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