Imagínate que sacas un préstamo para comprar una casa, otro para un coche y usas tu tarjeta de crédito para pagar algunas cuentas. Eres un ciudadano responsable, pagas todo a tiempo y tu puntaje crediticio está en los 800. Pero un día, se te ocurre la brillante idea de que eres un "ciudadano soberano" y que simplemente ya no deberías pagar nada. Obviamente, te cortan la luz, el agua y el gas. En poco tiempo, te congelan la cuenta bancaria, te embargan la casa y terminas en la cárcel.
Pues adivina qué. Eso es exactamente lo que pasó ayer en el escenario nacional, cortesía del hombre más naranja y ególatra de los Estados Unidos: Donald J. Trump.
En su infinita sabiduría de magnate fracasado, el tipo decidió congelar todos los fondos federales, incluyendo préstamos, subsidios y asistencia financiera. ¿Su excusa? “Erradicar la equidad marxista, el transgenerismo y la ingeniería social del Green New Deal.” Sí, porque, claramente, lo más importante en tiempos de crisis es atacar a las minorías y a la ciencia.
Gracias a su nuevo berrinche, millones de estadounidenses se despertaron con sistemas colapsados: Medicaid fuera de servicio, Head Start sin fondos, investigadores médicos sin financiamiento y programas de asistencia alimentaria en el limbo. Pero no importa, porque Trump y sus secuaces están convencidos de que el dinero de los contribuyentes es suyo para jugar a su antojo.
Por supuesto, los abogados generales estatales demócratas ya pusieron el grito en el cielo, y un juez de distrito emitió una orden de emergencia para bloquear la estupidez antes de que cause más daño. Pero no se preocupen, que esto apenas empieza. Ahora viene el gran pleito en la Suprema Corte para ver si el niño rico malcriado puede seguir pasándose la Constitución por donde le plazca.
La ironía es deliciosa: Trump, el mismo tipo que fue acusado y procesado por robar fondos destinados a Ucrania, ahora quiere hacerse el rey y decidir qué programas merecen financiamiento y cuáles no. Nixon intentó lo mismo en los 70, y le salió el tiro por la culata. Pero Trump, con su séquito de aduladores, piensa que él es la excepción.
El verdadero problema aquí no es solo la ilegalidad del asunto. Es el daño real e inmediato que está causando. Iglesias, organizaciones benéficas, programas de ayuda para niños y ancianos… todos están en el limbo porque a este hombre se le antojó hacer una prueba de qué tanto poder puede acumular sin que lo detengan.
Y ahí está el detalle: ¿lo detendrán? Porque si esto sigue en pie, el Congreso bien podría cerrar sus puertas. Al final, ¿para qué molestarse en aprobar presupuestos si el presidente puede decidir qué se gasta y qué no?
Lo más irónico de todo es que este bufón, con 34 condenas criminales en su historial, sigue libre, jugando con la vida de millones, mientras el resto del mundo observa con incredulidad. Pero bueno, MAGA, ¿no?
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