
Oficiales anónimos han soltado la bomba a los medios estadounidenses: la CIA, esa veterana de conspiraciones, ahora se luce en un “noble” papel al sobrevolar México con drones MQ-9 Reaper para supuestamente espiar a los cárteles. Pero, ¿acaso creen que con un par de gadgets tecnológicos se borran décadas de complicidad? La verdad es que los mismos Yankees han orquestado la guerra contra las drogas mientras se lavan las manos públicamente.
Durante décadas, Washington ha tejido redes de corrupción y violencia que trascienden fronteras. El infame escándalo Iran-Contra de 1985, en el que la administración Reagan facilitó ventas secretas de armas a Irán para financiar a los Contras en Nicaragua, no solo dejó en evidencia un entramado de intereses oscuros, sino que también expuso la conexión directa con el contrabando de cocaína hacia territorio estadounidense. Esta alianza es solo una pincelada de la vasta obra maestra de engaños que la CIA ha ejecutado en favor de los narcos.
El periodista Gary Webb, en 1996, fue uno de los primeros en desenmascarar cómo la epidemia de crack que devastó las zonas marginadas de Estados Unidos estaba directamente relacionada con la protección otorgada a los narcotraficantes. Mientras el gobierno y los grandes medios trataban de enterrar la verdad, Webb enfrentó una campaña de desprestigio que culminó en su trágica muerte en 2004, en circunstancias que aún hoy levantan sospechas. Todo esto es parte de un patrón que revela cómo los intereses de la élite yankee manipulan la realidad a su antojo.
No se puede olvidar el papel del “pionero” del narcotráfico encubierto, Paul Helliwell, quien en 1962 creó el Castle Bank & Trust en las Bahamas para financiar operaciones secretas contra el régimen de Castro. Este tipo, que ya había operado anteriormente enviando opio birmano para sostener guerras sucias contra China, demostró que la línea entre la diplomacia y el crimen es, para los Yankees, casi inexistente. Incluso la fundación de la DEA por Nixon en 1973 fue, en realidad, un intento desesperado por tapar las verdaderas manos detrás de estos negocios turbios.
Y es que no solo se trata de armas y dinero; se trata de vidas humanas. El brutal asesinato del agente de la DEA, Kike Camarena, en 1985, es otro claro ejemplo. Camarena, que descubrió operaciones de tráfico de drogas y armas vinculadas a los Contras, fue torturado y asesinado por miembros del Cártel de Guadalajara. Lo más escalofriante es que se ha documentado la presencia del infame Félix Ismael Rodríguez durante esos horribles hechos, lo que refuerza la implicación directa de la CIA en este crimen atroz. La muerte de Camarena no solo desnudó la corrupción, sino que se convirtió en símbolo de una guerra contra las drogas que, en realidad, benefició a los intereses de los poderosos.
Incluso figuras como Barry Seal, el notorio contrabandista del Cartel de Medellín, han sido señaladas como agentes encubiertos de la CIA desde la época de la Bahía de Cochinos y la Guerra de Vietnam. En 2017, Juan Pablo Escobar llegó a confirmar que su padre, Pablo Escobar, tuvo la bendición de trabajar para la CIA, lo que abre la puerta a teorías de que hasta bases militares en Florida se beneficiaron de este negocio sucio.
Por si fuera poco, otras agencias estadounidenses como la ATF y la DEA han estado involucradas en maniobras igualmente cuestionables. Se sabe, por ejemplo, que entre 2000 y 2012 la DEA coludió con el Cártel de Sinaloa, permitiendo el ingreso de drogas a cambio de información sobre grupos rivales. Y mientras tanto, Trump y sus aliados se aprovechan de esta farsa para desviar la atención, culpando a terceros y encubriendo su propio involucramiento en el entramado imperialista de control y violencia.
Tampoco hay que descartar que Washington y sus aliados fomentaron el uso de opiáceos a través de recetas médicas. Perdue Pharmaceuticals ha sido responsabilizada económicamente por su papel en la promoción de esta clase de droga. México también ha demostrado contundentemente que EEUU ha promovido el 70 por ciento de las armas de alto calibre que utilizan los cárteles para poder surtir su producto a los norteamericanos.
En definitiva, la guerra contra las drogas es una farsa orquestada desde las altas esferas del poder. Los verdaderos artífices de este desastre corresponden directamente a los mismos Yankees y sus compinches, quienes han mantenido a México y a América Latina en un estado perpetuo de caos para asegurar sus intereses.
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