EEUU y la Barbarie de Deportaciones

Publicado el 27 de enero de 2025, 7:52

Hace 29 años: Un recuerdo de barbarie que vuelve a la actualidad

Hace 29 años, en 1996, me tocó ver una de las escenas más terribles que he presenciado en mi vida. Trabajaba en KIFI, el canal 8 de Idaho Falls, como periodista. Mis jefes me enviaron al aeropuerto de Idaho Falls para grabar las deportaciones masivas de trabajadores agrícolas que habían sido detenidos por "los limones verdes". Frente a los llantos de sus esposas e hijos, estos "criminales" (según decían los funcionarios del Servicio de Inmigración y Naturalización) eran sacados a la fuerza por la gran "fechoría" de trabajar, trabajar sin papeles, bajo los nuevos estatutos aprobados ese año por el presidente Bill Clinton y el Congreso.

Estos hombres fueron encadenados y esposados con grilletes al estilo de cadena o "chain gang" en inglés. A los funcionarios federales les fue indiferente escuchar los chillidos de los niños que clamaban por la liberación de sus papás. Todos fueron despojados de sus pertenencias e incluso de su propio dinero. Varios mayordomos intentaron entregarles a sus empleados detenidos los cheques de sus salarios, pero los despiadados agentes del gobierno se los arrebataban. Al final, fue una pesadilla, una experiencia distópica que solo habría imaginado en un libro de Kafka.

Pensé que con el tiempo Estados Unidos no regresaría a tanta barbarie, pero estaba equivocado. Lo mismo que presencié como testigo ocular ha vuelto a suceder en la actualidad bajo Donald Trump, quien ha intensificado las deportaciones dentro del territorio estadounidense a niveles no vistos desde entonces.

Al parecer, la historia se repite. El gobierno de Brasil expresó indignación y exigió explicaciones a la administración de Trump tras la llegada de decenas de inmigrantes deportados desde Estados Unidos en un avión donde viajaban esposados. El Ministerio de Relaciones Exteriores calificó el trato como una "flagrante violación de los derechos humanos". Al aterrizar un avión en Manaos, autoridades encontraron a 88 brasileños esposados y ordenaron su inmediata liberación. El ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski, denunció el "desprecio por los derechos fundamentales" de los ciudadanos brasileños.

Uno de los deportados, Edgar Da Silva Moura, denunció que durante el vuelo no les dieron agua, los mantuvieron amarrados y no les permitieron ir al baño, mientras otros soportaban condiciones sofocantes sin aire acondicionado. Hay videos publicados en redes sociales donde se observa a detenidos con moretones, supuestamente infligidos por latigazos.

Este incidente provocó el cierre del espacio aéreo de Colombia e indignó al presidente colombiano Gustavo Petro, quien retó a Trump a desarrollar un plan de trato humano para los deportados.

Sin embargo, en Estados Unidos el trato sigue igual o peor. El "Zar Fronterizo" de la administración, Tom Homan, defendió el uso de la fuerza de agentes gubernamentales (mejor dicho, "bandidos uniformados") para arrebatar a inmigrantes en escuelas, hospitales e iglesias. En una entrevista con Gabriel Gutiérrez de NBC News, Homan declaró: "Nunca diré nunca al uso (de estos métodos)".

Según declaraciones de Telemundo, Luis Ortiz, pastor de la Iglesia Fuente de Vida en Atlanta, relató que los oficiales de ICE detuvieron a un inmigrante que asistía a su servicio religioso. Los agentes se apostaron afuera de la iglesia y esperaron a que saliera el padre de dos menores para arrestarlo, según Ortiz. La detención se produjo mientras el servicio estaba en curso, con unas 70 personas presentes, indicó el pastor salvadoreño.

Y luego están las historias de tantos ciudadanos estadounidenses que han sido detenidos. Justamente este fin de semana me llegó la historia de un veterano de Irak con ascendencia mexicana e indígena que, según informes, fue detenido cerca de Pocatello, Idaho por más de cuatro horas por agentes de ICE por el simple hecho de "tener pinta de indocumentado".

Con Trump al timón, parece que todo se vale. Estamos presenciando un trato atroz e injustificado que no se había visto en más de una generación. Ahora es el momento de sumarse a la lucha contra el abuso y la barbarie. El amor hacia nuestro prójimo es más valioso que nunca y es el arma de paz que necesitamos para ganar esta guerra de miedo y odio.

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